[Columna] La desaparición de Héctor Garay y la búsqueda sin fin de Inelia Hermosilla

[Columna] La desaparición de Héctor Garay y la búsqueda sin fin de Inelia Hermosilla

Por Víctor Osorio.
director ejecutivo de la Fundación Progresa.

“Brindo por la verdad, la justicia y la razón, porque no exista opresión, ni tanta desigualdad. Con coraje y dignidad, de este mal hay que salir, vamos a reconstruir y con cimientos bien firmes, para que jamás en Chile esto se vuelva a vivir”. Es muy probable que centenares de miles de personas en Chile y todo el mundo escucharon recitar con firmeza y desgarro esas palabras a una anciana de pelo albo y ojos claros en el momento de la “Cueca Sola” de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (AFDD).

Se llamaba Inelia Hermosilla Silva y fue una de las fundadoras de la AFDD. Cuentan que casi vivía en las dependencias de la Vicaría de la Solidaridad del Arzobispado de Santiago, en el corazón de la Plaza de Armas. También le correspondió en ocasiones bailar esta cueca que llegó a conmover a Sting. Y fue una de las voces que sonó con fuerza en febrero de 1998 en el Estadio Nacional, para la primera visita de U2 al país. “Soy madre de Héctor Marcial Garay Hermosilla, detenido y desaparecido el 8 de julio de 1974. ¡Exijo justicia!”, clamó desde el micrófono al que fue invitada por el cantante Bono.

Héctor nació el 5 de marzo de 1955 en Santiago. Tenía 19 años cuando fue secuestrado en su casa en la calle Los Aromos 2770–I de Ñuñoa. Integraba el FER (Frente de Estudiantes Revolucionarios, al cual se incorporó mientras cursaba sus estudios secundarios en el Liceo N° 7 de Ñuñoa, en Irarrázaval con Carmen Covarrubias. Eran los tiempos del Gobierno de Salvador Allende y en ese establecimiento destacó por su liderazgo, en circunstancias de que la Federación de Estudiantes Secundarios (FESES) había llegado a tener un especial protagonismo. Para el momento de la detención estudiaba Pedagogía Básica con mención Ciencias Naturales en la Universidad de Chile. Las indagaciones posteriores mostraron que los responsables fueron agentes de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA).

Recuerdo que se le quebraba la voz cuando contaba su historia. Señalaba que en la AFDD había hecho de todo. Por cierto, siempre salió a las calles, enarbolando un cartel con la frase “¿Dónde Están?” con una añosa foto de su hijo y unas palabras escritas con plumón que hablaban de “nuestra exigencia de justicia” y reclamaban “no a la impunidad”. Participó en el conjunto folclórico de la Agrupación y fue también una de las mujeres que se dedicó a crear bellas y emblemáticas arpilleras.

La periodista Lucía Sepúlveda contó que “Tito era el menor de los tres hijos de la familia Garay Hermosilla, y tenía dos hermanas, Mónica y Rosario. Estudió la enseñanza básica en el Colegio San Marcos, cuando la familia vivía en la calle Bascuñán. Su padre había sido empleado de la industria textil Yarur, y logró concretar con su trabajo el sueño de la vivienda propia, trasladándose a la comuna de Ñuñoa. La madre trabajaba como supervisora de piso en el Hotel Crillón, en el centro de Santiago. No era familia con participación ni inquietudes políticas. Entre sus valores estaba el respeto por el estudio y el conocimiento” (“119 de Nosotros”).

Héctor “era un niño muy inteligente y la familia estaba orgullosa del puntaje que sacó en la prueba de aptitud académica”. Su madre recordaba, agrega, que “era travieso, desordenado. Yo le ayudaba en sus tareas. Tenía los cuadernos hecho repollos. Le gustaba dibujar. Y después, yo tomé sus dibujos como motivo de inspiración para mis arpilleras. Me salían mojadas de lágrimas. También dibujé la escena de la detención en una arpillera”.

La señora Inelia le contó que “Tito me cuidaba mucho, no me dejaba comer nada pesado. Él era muy cariñoso, y trataba de darme conformidad cuando su padre estaba agonizando. Tito nació cuando yo tenía 39 años. Me habían amarrado las trompas en una operación para extirparme un quiste ovárico, y no se dieron cuenta que ya tenía un embarazo de doce días”. El padre de Héctor murió de cáncer tres años antes de su detención. A Tito le encargó que siguiera estudiando y que cuidara a su madre.

El 22 de agosto de 2006 falleció de un derrame cerebral, con más de 90 años, sin haber encontrado a su hijo y sin justicia por su desaparición. Estaba muy enferma. Sus piernas ya no le respondían. Poco antes contó al historiador español Mario Amorós: “Ya llevo casi 30 años buscándole (…) Estoy sola, muy sola. Ayer vino el conjunto de la Agrupación a verme y cantarme y estuve llorando todo el tiempo” (“Después de la Lluvia: Chile, la Memoria Herida”).

En el curso de la semana, casi 14 años después de que la señora Inelia partió de este mundo, la Segunda Sala de la Corte de Apelaciones de Santiago condenó a 39 agentes de la DINA, por su responsabilidad en el delito de secuestro calificado de Héctor Garay, según fallo en la causa rol 174-2016, dictado por los ministros María Soledad Melo, Rafael Andrade y la abogada (i) María Cecilia Ramírez. En agosto de 2015 había sido dictado el fallo de primera instancia por el Ministro Hernán Crisosto Greisse.

SECUESTRO DE MEDIANOCHE

El 8 de julio de 1974 Héctor fue secuestrado con su amigo Miguel Ángel Acuña Castillo, con el que participaban en el FER. Miguel Ángel fue detenido por un equipo de agentes de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), los que llegaron cerca de las 23.30 horas a su casa del Pasaje Talca N° 2033, en el sector de Rodrigo de Araya. Llegaron con Héctor, que poco antes había sido capturado en su casa de Los Aromos. Fueron introducidos en el interior de una camioneta Chevrolet C–10, color plomo, con toldo: era el modelo que solían ocupar los criminales de la dictadura.

Héctor y Miguel Ángel se encuentran hasta ahora en calidad de detenidos desaparecidos.

Una vigorosa crónica escrita por Andrea Castillo relató: “8 de julio de 1974, 10 de la noche. La señora Inelia Hermosilla esperaba a su hijo menor con preocupación. Eran días difíciles y peligrosos. Tito llegó, vestía un gamulán sacado por su madre en cuotas en Falabella, y en sus manos la carpeta de cuero que ella compraba con orgullo cuando uno de sus hijos entraba en la universidad. Tito era el tercero y el único hombre. Su padre había muerto dos años antes y la señora Inelia se había aferrado a este vástago regalón e inteligente. –¡Titín! – escucharon en el pasillo. –¡Déjame la carpeta mientras te sirvo, hijo! –¡No, mamá, vuelvo al tiro!”.

Había escuchado la voz de un amigo. Salió a mirar. Allí se encontró con Osvaldo Romo, más conocido como el “Guatón Romo”, un ex militante de la Unión Socialista Popular, quien posaba de ultraizquierdista en tiempos del Gobierno de Allende en el sector de Lo Hermida y que luego del golpe de Estado apareció como uno de los más repugnantes represores. “¡No se meta señora, antes de las doce llega su hijo!”, le espetó a la señora Inelia. “¡Tito!… No, ustedes me están robando a mi hijo”…

Relata Castillo: “Con el cruce de una metralleta en su pecho, le gritaron que se devolviera a su departamento. La desesperación. Bajó dos pisos detrás de ellos. Más aún, cuando vio las armas y que metían a su hijo en la camioneta intentó aferrarse por el parachoques. El culatazo fue ahora en pleno rostro, y luego otro que la desplomó en el suelo y tuvo que arrastrarse hasta la reja del condominio en Juan Gómez Millas”.

“Esa noche vagó con su hija por todos los centros de detención. Lo llevaron a Londres 38 y pasó tres meses todo el día y todas las noches preguntando por él o llamándolo cuando veía salir alguna camioneta. La detenían un rato y la soltaban. Luego fue Villa Grimaldi, pero nadie le decía nada”.

Durante largo tiempo, la señora Inelia se paraba en Avenida Gracia, cerca de su domicilio a esperar el retorno de su hijo, incluso en horas del toque de queda, hasta que los soldados la obligaban a regresar a su casa. Comenzó un recorrido por los recintos de detención que se conocían. “Yo tenía la ropa de Tito intacta, y no comía en la casa. Siempre andaba con un bolso para él, con útiles de aseo y ropa. Comía dulces o galletas en la calle y cuando llegaba a la casa, me iba a su pieza. Salía en la mañana y le rezaba a Tito para que me guiara hacia donde estaba”, contó a Lucía Sepúlveda.

Sus nombres fueron incluidos en un montaje de propaganda, de esos a los que la derecha y sus servidores han sido siempre adictos. Su nombre en clave era “Operación Colombo”. A partir de los vínculos de coordinación establecidos por la DINA en el Plan Cóndor con los servicios de seguridad de Brasil y Argentina, y con la ultraderecha de ambos países, se encargaron de producir dos medios apócrifos de comunicación, el diario Novo O’Día y la revista Lea, que aparecieron por una única vez, en 1975, con la publicación de una lista de 119 personas, todas ellas secuestradas por la tiranía y hasta hoy desaparecidas, señalando que los “extremistas de izquierda” se habían matado entre ellos.

Todo ello contó con la entusiasta colaboración de los medios de comunicación en Chile. El diario “La Segunda”, propiedad del Grupo Edwards, pasó a la historia nacional de la infamia con su titular de portada: “Exterminados como ratones”.

Garay figuraba en la lista publicada en la revista “Lea”, que aseveraba que había muerto en territorio argentino, junto a otras 59 personas, a causa de rencillas internas suscitadas entre los “extremistas”.

En la investigación judicial se acreditó “el paso de Héctor Marcial Garay Hermosilla por el recinto clandestino de detención denominado Londres 38, que era custodiado por guardias armados y al cual sólo tenían acceso los agentes de la DINA”. Garay permaneció en el lugar “sin contacto con el exterior, vendado y amarrado, siendo continuamente sometido a interrogatorios bajo tortura por agentes de la DINA que operaban en dicho cuartel con el propósito de obtener información relativa a integrantes de su agrupación, para proceder a la detención de los miembros de esa organización”. La última vez que la víctima “fue visto por otros detenidos, ocurrió un día no determinado del mes de julio y agosto de 1974”, sin que hasta ahora exista antecedentes de su paradero.

Las pesquisas judiciales acreditaron además que las publicaciones que dieron por muerto a Garay como resultado de purgas al interior del MIR “tuvieron su origen en maniobras de desinformación efectuada por agentes de la DINA en el exterior”.

Lucía Sepúlveda reprodujo uno de los recuerdos que atesoraba la señora Inelia. En 1991 viajó a Canadá con personas del conjunto folclórico de la AFDD: “Después que cantamos y bailamos la Cueca Sola, se me acercó un hombre. Y me contó que él había estado en una celda de Cuatro Álamos con Tito. Y que él le había dicho que pensaba en su mamá que se había quedado sola”.

Por este caso, el año 2005 Augusto Pinochet fue sometido a proceso por el ministro Víctor Montiglio. Fue sobreseído a raíz de su fallecimiento poco más de un año después.

A pesar de los que trabajan por la impunidad y de los que niegan la barbarie o la justifican en privado, no habrá jamás olvido.

Fuente: Crónica Digital

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