[JACOBIN] La vida revolucionaria de Beatriz Allende

[JACOBIN] La vida revolucionaria de Beatriz Allende

Traducción: Valentín Huarte

Las mujeres revolucionarias son habitualmente oscurecidas por los libros de historia. Pero una nueva biografía de Beatriz Allende, hija y confidente cercana de Salvador Allende, y militante internacionalista, ayuda a arrojar luz sobre lo que significaba ser una mujer revolucionaria en la era del Che Guevara. Hoy, 11 de octubre, es el aniversario de su fallecimiento.

El 14 de septiembre se conmemoró en Chile el 50° aniversario de las históricas elecciones presidenciales de 1970, en las que Salvador Allende y la Unidad Popular llegaron al poder. En esa época, el triunfo electoral de la izquierda chilena fue percibido como un hecho revolucionario. Para toda una generación de jóvenes activistas, tanto en Chile como en el extranjero, las elecciones de 1970 parecían confirmar la posibilidad de una vía parlamentaria al socialismo.

A pesar de que el gobierno de Allende tuvo una vida corta, y terminó de forma abrupta el 11 de septiembre de 1973, con un golpe militar violento y apoyado por la CIA, sigue inspirando hasta el día de hoy al movimiento obrero y a los movimientos sociales. En medio de la agitación social que se vivió en Chile durante el otoño de 2019, una gran parte de la izquierda chilena recordó con nostalgia los años de la UP. En las cinco décadas que pasaron desde su presidencia, se ha escrito mucho sobre la vida y el legado político de Salvador Allende. Mucho menos se sabe sobre las mujeres que lo acompañaron y que dieron forma a su trayectoria.

Lea Börgerding, colaborador de Jacobin, habló con Tanya Garmer, profesora de Historia Internacional en la London School of Economics, acerca de su nuevo libro Beatriz Allende: A Revolutionary Life in Cold War Latin America, que explora la biografía de la hija y confidente de Allende. Centrada en un período turbulento de la política latinoamericana –los largos años sesenta– la vida de Beatriz permite comprender mejor la década que llevó a la presidencia de Allende y sus años en el gobierno. También arroja luz sobre una generación de activistas en Chile que vivieron el ascenso y la derrota de las luchas de la izquierda revolucionaria a lo largo y ancho del continente.

En su nuevo libro, usted indaga en la vida de Beatriz Allende, joven médica, activista de la izquierda revolucionaria e hija del famoso presidente socialista Salvador Allende ¿Podría decirnos qué es lo que más le atrajo de su vida para escribir su biografía?

Me interesé por la vida de Beatriz cuando realizaba las investigaciones para mi primer libro sobre la historia internacional de Chile durante el gobierno de coalición de izquierda de la Unidad Popular. Estudiando mis fuentes, noté que Beatriz –o “Tati”, como la llamaba su familia y la gente cercana– fue una figura política importante en Chile a comienzos de los años setenta. Muy cercana a su padre, Salvador Allende, que por entonces era presidente, Beatriz no solo fue clave en las relaciones entre Chile y Cuba. También participó de operaciones revolucionarias internacionalistas en América Latina, mantuvo un vínculo muy cercano con figuras como Fidel Castro y se casó con un oficial de inteligencia cubano. Me llamó la atención porque fue una mujer extraordinaria, que vivió una vida revolucionaria destacada cuando todavía era muy joven y que ocupó posiciones importantes. Sin embargo, no se había escrito nada sobre ella; Beatriz Allende era prácticamente invisible en los libros de historia. En parte esto tiene que ver con que decidió suicidarse en 1977, y esto es un tema tabú tanto para la tradición revolucionaria como para mucha gente en América Latina que, aun cuando no es directamente creyente, está muy influenciada por el catolicismo. Pero, sin dudas, también se debe a que fue una mujer. En general, las historias de la revolución en la América Latina de la Guerra Fría, se concentraron en los líderes de los partidos revolucionarios e insurgentes que pelearon en las guerrillas, cuya abrumadora mayoría fueron hombres. Quise saber qué había significado ser una mujer revolucionaria en la época del Che Guevara, teniendo en cuenta los límites y las oportunidades que las mujeres como Beatriz tuvieron que enfrentar.

Beatriz se crió en Santiago de Chile durante las décadas de los cuarenta y cincuenta, formando parte del mundo político de su padre desde muy joven. ¿Podría decirnos algo sobre su infancia y el impacto que tuvo en su vida futura?

Es difícil entender la tenacidad y el espíritu revolucionario de Beatriz sin tener en cuenta su crianza. En general, Beatriz disfrutó de una cómoda infancia de clase media que le dio espacio para volverse audaz y rebelde. Su padre la animó para que fuera muy sociable y para que se interesara por los deportes. Como niña y joven adulta, Beatriz pasó largos veranos en la playa con su familia ampliada y con gente que le era cercana, que en muchos casos pertenecía a la élite política de la centroizquierda chilena. Allí aprendió a nadar y a escalar rocas. Pero Allende también quería que su hija estudiara mucho (algo que Beatriz tuvo que hacer para seguir la carrera de medicina, y todavía más siendo mujer). Después de todo, asegurarse un lugar en la universidad en los años 1960 era mucho más difícil para las mujeres que para los hombres. A diferencia de mucha gente con la que se cruzó en la escuela, la política atravesaba la vida cotidiana de Beatriz, dada la extensa red de contactos políticos que tenía su padre y debido a que ella solía acompañarlo en sus campañas electorales. Sin embargo, Beatriz no entendió realmente las cuestiones centrales que estaban en juego en la política chilena hasta que alcanzó la adolescencia. Como se vio después, este período de su vida transcurrió en una época muy interesante en Chile, que coincidió con el desarrollo de las elecciones presidenciales de 1958. Y cuando más tarde se comprometió con la política o cuando formó grupos de amistad en la universidad, lo hizo con la confianza, con la calma y con la curiosidad que su crianza le habían otorgado.

Su juventud coincidió con un período particularmente turbulento en la historia latinoamericana y chilena: los largos años sesenta. La movilización política aumentó bruscamente durante esos años, especialmente entre la gente joven que cuestionaba cada vez más el orden establecido. ¿Qué acontecimientos, tanto en su país natal como en el extranjero, considera usted que fueron más impactantes para politización a gran escala de la juventud chilena, de la cual formaba parte Beatriz, durante este período?

La Revolución cubana de 1959 fue sin dudas importante. Es difícil sobrestimar el entusiasmo, el interés y el miedo que inspiró en toda América Latina, incluido Chile. Una de las preguntas que me hice mientras escribía el libro fue por qué exactamente la revolución cubana había tenido esta resonancia. Y la trayectoria de Beatriz me llevó a comprender mejor la relevancia de la revolución en relación con los sucesos de Chile. La derrota de la izquierda por un margen estrecho en las elecciones presidenciales de Chile de 1958 –solo cuatro meses antes de que Fidel Castro llegara a La Habana– es significativa. Comparados y combinados, los dos acontecimientos parecían sugerir a la juventud chilena que Cuba proveería las respuestas para la transformación radical que Chile necesitaba, y que las estrategias electorales de la izquierda no habían logrado brindarle. El hecho de que el proceso cubano fue dirigido por gente joven y que no se parecía en nada a las personalidades políticas tradicionales inspiró a la juventud chilena que buscaba algo diferente. Se habían depositado muchas expectativas en que las elecciones de 1958 llevarían a la izquierda recientemente unida al poder; en que esto resolvería los problemas de la desigualdad y de la pobreza que habían llevado a protestas de masas, en las que se habían involucrado miles de jóvenes tan solo un año atrás. De hecho, durante los largos años sesenta, entre otras cosas por factores demográficos, los partidos políticos de todos los bandos del espectro político le dieron gran importancia a la movilización de la juventud, como audiencia de sus campañas, aunque también en tanto activistas. Y por este motivo, las personas jóvenes como Beatriz empezaron a considerarse protagonistas centrales del futuro de su país.

Durante sus años de estudiante en el sur de Chile, Beatriz estableció vínculos estrechos con la izquierda revolucionaria. En el libro usted describe cómo ella y sus compañeros y compañeras idealizaban la lucha armada, lo cual era una fuente de tensión con las posturas más moderadas y democráticas de Allende ¿Qué tan importante fue la cuestión de la violencia política para la izquierda chilena?  

Muy importante. Era parte de un debate más amplio que estaba desarrollándose en toda América Latina en esa época acerca de las diferentes vías hacia la revolución. Salvador Allende era parte de la mayoría de la izquierda chilena que pensaba que la constitución de Chile y la fortaleza histórica de los partidos de izquierda darían lugar a una transformación radical a través de la democracia electoral, sin violencia. La memoria que su generación tenía de la guerra civil española, combinada con la geografía hostil del paisaje chileno, implicaron que el levantamiento de una guerrilla rural nunca fuese considerado como una posibilidad seria en el país. Como resultado, el apoyo a la lucha armada en Chile era más retórico que concreto, al menos hasta fines de los años sesenta, e incluso entonces solo fue adoptado en términos prácticos por una parte minoritaria de la izquierda. Quienes se inclinaban hacia la lucha armada no acordaban acerca de cómo, cuándo y dónde debería desarrollarse, sosteniendo en algunos casos que el recurso a la violencia era una estrategia defensiva, mientras que una minoría todavía más pequeña consideraba que era una forma adecuada de acelerar la transformación revolucionaria. El llamado creciente a la lucha armada también debe ser contextualizado: era una respuesta a la represión estatal del movimiento obrero, del movimiento campesino y del movimiento estudiantil antes de la elección de Allende en septiembre de 1970 y luego a la violencia de la derecha –sabotaje, ataques paramilitares y conspiraciones golpistas– durante su gobierno. Y, por supuesto, también estaba el atractivo de los levantamientos guerrilleros en el extranjero, el ejemplo del Che Guevara, que de forma paradójica se volvió todavía más importante para mucha gente joven en Chile, incluyendo a Beatriz, luego de su muerte en Bolivia en 1967.

En 1970, Salvador Allende fue elegido presidente del gobierno de una coalición de izquierda, la Unidad Popular. Su presidencia marcaba el comienzo de lo que mucha gente esperaba que sería “la vía chilena al socialismo” (una revolución clasista pacífica en el marco de la democracia constitucional). Razonablemente, uno de los objetivos principales de Allende era reunir a las diferentes fracciones de la izquierda chilena bajo una agenda común. ¿Beatriz contribuyó a este proyecto? ¿Cuál fue su rol durante el gobierno de Allende en términos más generales?

Sí, mucho. Siendo una de las consejeras más cercanas, Beatriz fue fundamental en la capacidad de Allende para mantener a su lado a lo que yo denomino como extrema izquierda, es decir, partidos de izquierda y grupos que estaban afuera de la UP y que creían en las vías extraparlamentarias al socialismo, como el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y otros sectores del Partido Socialista. Inicialmente, esto implicó involucrarlos en construir el aparato de seguridad de Allende. Pero Beatriz también acordaba reuniones entre su padre y diferentes representantes de esta extrema izquierda, asegurando que se mantuviera el diálogo durante el tiempo que duró la presidencia de Allende. Hay debates acerca de si Allende debería haber gastado tanta energía manteniendo unida a toda la izquierda en lugar de establecer alianzas con el Partido Demócrata Cristiano (PDC) o ganar más votantes de clase media. En cambio, Allende intentó hacer las dos cosas al mismo tiempo, transitando una línea muy delgada, con distintos grados de éxito, intentando mantener a la izquierda chilena más o menos unida mientras alcanzaba simultáneamente a algunos sectores del PDC. Las simpatías y la posición de Beatriz –sus amistades, sus contactos en Chile y en el extranjero, su compromiso intransigente con la transformación revolucionaria– sin dudas lo influenciaron en este sentido.

Luego de tres años en el poder, el 11 de septiembre de 1973, el experimento chileno con el socialismo terminó abruptamente cuando el gobierno fue derrocado por un golpe militar violento apoyado por la CIA. Después de la muerte de su padre, Beatriz se escapó a La Habana. ¿Por qué eligió Cuba? ¿Continuó su trabajo político en el exilio?

Luego del golpe, Beatriz se fue a Cuba por motivos políticos y personales. Cuba había sido un segundo hogar para ella desde 1967, un lugar que ella visitó en muchas oportunidades y al que siempre anhelaba volver. Fue una colaboradora íntima y una partidaria ferviente de su proyecto revolucionario, y creía que las autoridades cubanas podrían ayudar a la izquierda chilena a reagruparse y resistir a la dictadura militar de Augusto Pinochet. Por lo tanto, era lógico que eligiera este país para su exilio. También estaba casada con un cubano, Luis Fernández Oña, que en ese entonces se desempeñaba como consejero político en la embajada cubana de Santiago, a quien conoció por primera vez en un viaje que hizo a Cuba en 1967. Tenía una hija con él y estaba en el séptimo mes de otro embarazo el día del golpe. También fue importante el hecho de que las autoridades de Cuba, con las cuales tenía vínculos estrechos, la acogieron y le dieron un amplio apoyo para organizar un comité de solidaridad con Chile. Este comité –el Comité Chileno de Solidaridad con la Resistencia Antifascista– organizó a los partidos de la izquierda chilena para coordinar campañas informativas a nivel mundial y para juntar apoyo de gobiernos extranjeros e instituciones internacionales para imponer sanciones contra la dictadura. Como secretaria ejecutiva de este comité, Beatriz viajó mucho para sembrar conciencia acerca de Chile y también gestionó un fondo mundial de solidaridad, que distribuía recursos a los partidos de izquierda en Chile. Al continuar su trabajo político desde el exilio, su rol fue excepcional. Pero no era la única. La mayor parte de quienes se exiliaron después del golpe de 1973 consideraba que el trabajo político contra la dictadura era crucial para ayudar a quienes se habían quedado en el país, ya se tratara de amistades, familia o alianzas políticas. Esto era la continuación de proyectos políticos forjados desde la adolescencia y la única manera de responder de forma significativa al trauma de la derrota.

Usted termina situando la biografía de Beatriz en el contexto más amplio de la Guerra Fría en América Latina. Historiadores como Odd Arne Westad han insistido mucho en que hay que ir más allá de Europa y concentrarse en cambio en las fronteras de África, Asia y América Latina como territorios clave para la intervención y la hostilidad entre EE. UU. y la Unión Soviética. Desde su punto de vista, ¿qué aporta el análisis de la vida de esta joven mujer chilena a la comprensión del conflicto y a su dimensión global?

El estudio de las vidas individuales puede constituir un gran aporte a las dimensiones humanas de la Guerra Fría. Más allá de las cumbres de las grandes potencias y el balance de fuerzas a nivel nuclear –por más importantes que estos hayan sido a nivel macro para entender la política mundial del siglo veinte– un enfoque microhistórico revela cómo la vida cotidiana de las personas se vio afectada por el conflicto global y cómo estas personas tuvieron influencia en que la Guerra Fría terminara siendo lo que fue. En los largos años sesenta, por ejemplo, las ideologías de la Guerra Fría impactaron enormemente en, y fueron impactadas por, la comprensión de las formas en que las familias debían estructurarse y funcionar, cómo debía comportarse la gente joven, qué trabajo era adecuado para hombres y mujeres de distintos orígenes, y quién tenía espacio para hacer oír sus sueños. De esta forma, la Guerra Fría afectó la manera en que la gente vivió, amó, trabajó y soñó. También en el caso de Beatriz, su visión política y su concepción del mundo moldearon sus amistades, su vida amorosa y su profesión (primero como médica, luego como parte del equipo presidencial de su padre y finalmente como coordinadora de las campañas de solidaridad global). Creo también que su biografía nos ayuda a comprender cómo los individuos dieron forma al conflicto y se involucraron en la realidad de las redes transnacionales de la Guerra Fría. Muchas historias de la Guerra Fría todavía se apoyan en una geografía simplista del tipo “Este versus Oeste”. Los viajes de Beatriz por América Latina durante su adolescencia, y por las Américas, Europa y África luego de 1973, complejizan esta narrativa. Muestran la extensión del activismo revolucionario en las décadas de los sesenta y setenta. Y por supuesto, la vida de Beatriz también provee finalmente de un lente a través del cual es posible ver los inmensos sacrificios personales que implicó la Guerra Fría, sobre todo cuando se considera su experiencia del golpe y del exilio.

En un primer momento, muchas facetas de la vida de Beatriz parecen estar vinculadas estrechamente con las de su familia, y especialmente con la carrera política de su padre ¿Hasta qué punto su libro nos ayuda a entenderla como una protagonista histórica en términos individuales?

En el caso de Beatriz, es imposible desconocer que su trayectoria política fue el resultado de haber sido hija de su padre. La identidad pública de Beatriz, particularmente después del golpe, estuvo siempre atada a Allende y esto influyó en su personalidad. Sin embargo, en una de sus últimas conversaciones, dijo que quería escapar a rol de “hija de Allende”, no porque no lo amara o admirara, sino porque su estatus en la izquierda y en Cuba le impedía vivir una vida “normal” sin ser el centro de atención en todo momento. Dicho esto, sería un error definiría simplemente como la hija de Allende. Beatriz pertenecía a una generación muy distinta de la de su padre, inspirada por los acontecimientos y las ideas que forjaron una nueva juventud revolucionaria en Chile y más allá. Como estudiante en Concepción, empezó a trazar un camino de más autonomía que la conectó con la futura dirección del MIR. Sus vínculos estrechos con Cuba y su compromiso con el intento de reavivar un movimiento guerrillero en Bolivia luego de la muerte del Che Guevara, a fines de los sesenta, no estuvieron mediados por su padre, aun si eran adecuados a sus preferencias, Y más tarde, durante la presidencia de su padre, sostuvo posiciones diferentes en relación con temas como la seguridad, la defensa, la estrategia revolucionaria y las relaciones internacionales.

¿Aprendió usted algo nuevo acerca de Salvador Allende mientras investigaba la vida de Beatriz?

Por supuesto. Estudiar a Beatriz como una protagonista histórica y las formas en las que interactuaba con su padre, debatía con él y se involucraba en su presidencia, me ha ayudado a reexaminar la política y la identidad de Salvador Allende. El lente que provee la vida de Beatriz sugiere que la historia ha tendido a recordarlo como una persona más cautelosa y conservadora de la que realmente fue. A pesar de que difería de Beatriz, la mantenía muy cerca, se apoyaba en ella y la escuchaba cuando se trataba de cuestiones de seguridad, recibiendo a los grupos revolucionarios en su círculo íntimo. Esto a su vez plantea nuevas cuestiones acerca de lo que podríamos aprender estudiando a más hombres en relación con las mujeres que marcaron su vida, en vez de la tendencia todavía demasiado común a entender a las mujeres en relación con los hombres.

Una de las cosas que explora en detalle es la identidad de Beatriz, como activista política y como mujer ¿Puede desarrollar un poco qué significaba ser mujer y revolucionaria en esa época?

Las décadas de los sesenta y los setenta fueron fascinantes para ser una mujer revolucionaria. En Chile y en toda América Latina, las mujeres se movilizaron y se involucraron en política como nunca antes. En todo el espectro político, la participación de las mujeres en Chile durante los años de la UP creció en el movimiento estudiantil, en las organizaciones de base, en las manifestaciones, en la distribución de alimentos, en las tomas de tierras y en las elecciones. Sin embargo, las mujeres todavía enfrentaban límites considerables. Muy pocas se convirtieron en dirigentes de partidos revolucionarios o en representantes en el Congreso y en las organizaciones de la juventud. En cambio, la mayoría se desempeñaba en cargos grises, como secretarias o tesoreras, en las áreas de logística o de comunicación, las cuales eran vitales para las operaciones revolucionarias pero eran menos conocidas. En lo que respecta a la revolución armada, y a su fuerte deseo de seguir los pasos del Che Guevara, debe decirse que a Beatriz no se le permitió recibir entrenamiento militar en Cuba. Como a la mayoría de las mujeres, se la consideraba más apropiada para el trabajo de inteligencia. En efecto, en los círculos revolucionarios, como en cualquier otra parte, todavía se consideraba que los hombres tenían el monopolio del uso de la violencia. Incluso su padre, que la consideraba su confidente y recibía su consejo en cuestiones de seguridad, hizo todo lo que pudo para evitar que peleara a su lado el día del golpe. Y cuando Beatriz pidió regresar a Chile en 1973 para luchar en la resistencia armada a la dictadura de Pinochet, su identidad de hija de Allende combinada con su género significó que las autoridades cubanas dijeran que no.

En 1970, el movimiento feminista internacional cuestionaba cada vez con más fuerza estas relaciones patriarcales y estos roles de género. ¿Beatriz se comprometió con el feminismo y con cuestiones de la liberación de las mujeres en su vida personal?

Considero que Beatriz era feminista, a pesar de que seguramente hubiera rechazado esa etiqueta. En los círculos revolucionarios de América Latina de aquella época, el feminismo era visto como algo sospechoso: en el mejor de los casos, era considerado como una distracción del imperativo más importante de la lucha de clases, y en el peor de los casos era considerado como una importación de Estados Unidos, burguesa e imperialista, diseñada para terminar con la revolución. Sin embargo, sus acciones y elecciones revelan que desafió consistentemente las normas y los límites de género tradicionales. Desde su rechazo a aceptar el código de uniformes de su escuela de mujeres, hasta elegir estudiar medicina, en una época en la que los hombres obtenían el 85% de las matrículas en la universidad, pasando por su rol en la seguridad y su trabajo de inteligencia durante la administración de su padre, Beatriz era una de las mujeres de la época que constantemente presionaba contra las expectativas de género. Lo hizo mientras hacía malabares con su vida familiar, y enfrentando la resistencia de su padre y de su esposo, que en ciertos momentos de su vida creyeron que priorizaría sus roles como hija, madre y esposa por sobre la política. El hecho de que no haya seguido este camino, y de que no se haya reconciliado con estos roles, fue una constante fuente de tensión para su personalidad, a lo cual hay que añadir las dificultades que enfrentó, particularmente como exiliada en Cuba.

En 1977, Beatriz se suicidó en su hogar en Cuba. Las autoridades cubanas argumentaron que su muerte había sido el resultado de las heridas psicológicas que sufrió luego del golpe del 11 de septiembre, presentándola fundamentalmente como una víctima del fascismo. ¿Usted acuerda con esta interpretación de los acontecimientos?

En parte, sí. Beatriz fue profundamente marcada por lo que sucedió en Chile, por la muerte de su padre y la represión de sus amigos y amigas en manos de la dictadura. También se había vuelto cada vez más pesimista acerca del futuro de Chile. Por ejemplo, cuando Orlando Letelier, un diplomático de alto rango y ministro durante la presidencia de Allende, fue asesinado en Washington en septiembre de 1976, esto fue un golpe devastador a la resistencia contra Pinochet y una pérdida personal para Beatriz. Pero uno de los argumentos del libro es que sería un error considerarla como una víctima pasiva. No solo estoy cansada de las narrativas que ponen a los hombres como protagonistas y a las mujeres como víctimas, que domina las historias del período, sino que tampoco tiene sentido considerar a Beatriz simplemente de esta forma. Puesto que, más allá de cuánto haya sufrido sus efectos, fue central en la resistencia a la dictadura. También jugó un rol importante en levantamientos revolucionarios y derrotas muy importantes. Eligió un proyecto revolucionario con el que mucha gente de su generación se comprometió y jugó un papel clave en la lucha para hacerlo realidad. Considerarla una simple víctima del fascismo nos lleva a perder de vista su significado como agente histórica y protagonista del pasado.

Pienso que un aspecto particularmente oportuno de la biografía de Beatriz es el vínculo estrecho que estableció entre su trabajo político y su trabajo médico, y también su gran compromiso con la salud pública ¿Considera la politización de la profesión médica es una reliquia del pasado o puede observarse una dinámica similar hoy?

Por la naturaleza de su profesión, quienes trabajaban en la salud pública como Beatriz llegaron a estar en contacto directo con amplios sectores de la población de Chile, y esta experiencia les sirvió para tomar conciencia política. Comprendían a la salud como algo que estaba vinculado inextricablemente a los contextos socioeconómicos –a la pobreza, la malnutrición, las condiciones de trabajo, la educación, etc.– y sus docentes alentaban este tipo de entendimiento. Pero esto no era algo que solo afectaba a quienes estudiaban medicina; la salud pública y la medicina socializada eran consideradas como algo necesario por todo el mundo en esa época: era la clave para el desarrollo y para la sociedad chilena en los sesenta y principios de los setenta. El neoliberalismo y el desplazamiento hacia la medicina privatizada han erosionado desde entonces estas ideas en Chile y en otros lugares, pero no han separado a la profesión médica de las realidades socioeconómicas. Y, por supuesto, alrededor del mundo la pandemia de coronavirus ha puesto de relieve nuevamente el vínculo que existe entre la salud y los estándares de vida. Además, el fracaso de los gobiernos para dar a la profesión médica los medios necesarios para afrontar la pandemia politizará sin dudas todavía más a los trabajadores y a las trabajadoras de la salud.

 En el proceso de escribir el libro, ¿qué aspectos de la historia de Beatriz representaron el mayor desafío a la hora de ser narrados?

El suicidio de Beatriz fue un tema muy difícil para escribir. Nunca sabremos qué fue exactamente lo que la llevó a tomar esta decisión. Dejó una carta dirigida a Fidel Castro, pero todavía está en posesión del Estado cubano y no pude tener acceso a ella. Quienes la leyeron me dijeron a grandes rasgos lo que decía, pero también me dijeron que era confusa. Sin esta carta, reuní todo lo que yo comprendía que eran sus motivos a partir de su correspondencia y de las entrevistas con la gente que la rodeaba. Pero hablar sobre su muerte es todavía algo muy doloroso para una gran parte de sus amistades y para su familia. Fui afortunada porque muchas de estas personas aceptaron amablemente hablar de ella. Especialmente cuando no tenemos el archivo escrito completo de la vida de una persona, los testimonios orales son fuentes invaluables. También nos brindan retratos íntimos de una persona que son esenciales para escribir su biografía. Sin embargo, este método conlleva una gran responsabilidad a la hora de navegar los recuerdos, dado que hay que sopesar adecuadamente la evidencia y respetar las perspectivas de la gente entrevistada. A pesar de que Beatriz murió hace más de 40 años, sigue siendo una presencia poderosa y conmovedora en las vidas de quienes estuvieron cerca de ella. Para esta gente, no se trata solamente de la historia de alguien que conocieron, sino también de sus propias vidas; su memoria viviente.

 Más de cuatro décadas después de su muerte, ¿qué tanto se recuerda de la vida de Beatriz Allende hoy en Chile, tanto en el mundo académico como en el mundo militante?

Cuando comencé a estudiar la vida de Beatriz una década atrás, muy poca gente conocía su historia. Mis entrevistados y entrevistadas muchas veces hablaban de la necesidad de recuperar su historia y consideraban los silencios que rodeaban su memoria como señales de un esfuerzo más grande para rescribir el pasado de Chile (silenciar a las voces revolucionarias y conformarse a un nuevo presente socialdemócrata). Sin embargo, en años recientes, el mundo académico y militante de Chile ha dirigido cada vez más su atención a la juventud revolucionaria chilena de los años sesenta, de la cual Beatriz formó parte. En este contexto, y a raíz de las protestas estudiantiles en 2011 y de las críticas a la desconexión de los partidos políticos de la realidad y al sistema neoliberal que Chile heredó de la dictadura, el activismo comenzó a ver en ella un modelo y una inspiración. Más recientemente, el movimiento feminista en Chile, que ha jugado un rol muy importante en las protestas desde octubre del año pasado, también ha contribuido a arrojar luz sobre las mujeres que fueron protagonistas del pasado. Hoy, hay una organización progresista que tomó su nombre de Beatriz (el Frente de Mujeres Progresistas Tati Allende) y cada vez más gente se pregunta sobre ella. Las lecciones que el activismo y la historia saquen de la vida de Beatriz dependerán hasta cierto punto de las preguntas que hagan y de su propia orientación política. Como historiadora, mis preguntas no apuntaban necesariamente a la relevancia de Beatriz como modelo o inspiración en la actualidad, sino a lo que su vida nos dice sobre el pasado revolucionario de Chile. Creo que su historia abre una ventana más amplia a las experiencias de la gente joven y de las mujeres que vivieron, amaron y soñaron con cambiar el mundo en el punto más álgido de la Guerra Fría latinoamericana.

Tanya Harmer es autora de Beatriz Allende: A Revolutionary Life in Cold War Latin America (University of North Carolina Press, 2020).

Lea Börgerding es candidata a doctorado en historia global en la Universidad Freie de Berlín y está investigando la historia de las mujeres transnacionales en la era de la Guerra Fría.

Fuente: Jacobin

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