El proceso constituyente lo define el pueblo que lo conquistó

El proceso constituyente lo define el pueblo que lo conquistó

Los parlamentarios, parlamentarias y partidos -de gobierno y oposición- que firmaron el “Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución” -más allá de su buenas intenciones- no entendieron que lo que está pasando en Chile no es una marcha de la que ellos son sus voceros. Lo que pasa en nuestras calles es algo que podríamos llamar: Revolución. Personas de todos los géneros, de todas las edades, de todas partes de Chile, de las clases medias y populares que, después de dos siglos, están buscando existir para la política y para la historia. Quieren ser parte. Lo exigen.

El viernes de madrugada, sin embargo, los y las parlamentarias y partidos que firmaron el acuerdo, hicieron precisamente lo contrario. Cerraron las puertas a esa existencia, porque le cerraron las puertas a la representación de todos y todas esas que buscan ser parte de Chile. Actuaron como políticos, pero lo que se necesitaba de ellos y ellas eran liderazgos. Porque plantearon esto como una “urgente salida a una crisis“. Pero esto no es una crisis ni necesita una salida. No hay que escapar, hay que sumergirse en lo que está pasando.

Porque la manifestación es una de las formas fundamentales de la democracia, y nuestro deber, como fuerzas políticas, es llevar la potencia de ese pueblo que se expresa y exige, hacia nuevos cauces institucionales. Con ellos y ellas. No sin ellos y ellas, y en un acuerdo “dentro de lo políticamente posible”. Precisamente, porque lo que está exigiendo nuestra gente es parte de lo que, para estas instituciones, que se caen de óxido, es políticamente imposible: Cambiar las reglas de un país donde siempre ganan los mismos.

Por eso, el Partido Progresista de Chile NO FIRMO ese acuerdo. Porque a nuestro juicio no era representativo del conjunto de las fuerzas políticas, sociales y ciudadanas que buscan ser parte de las decisiones del nuevo Chile. Los partidos políticos no tenemos el patrimonio de la representación política, y las decisiones deben ser compartidas y debatidas con esa potencia popular amplia, que debe ser representada de aquí en más, en cualquier acuerdo.

Y es que Chile cambió, y afuera ondean las banderas chilenas junto a las banderas mapuches. Por eso creemos fundamental que, la nueva “cocina chilena de los acuerdos”, sea desde ahora como el fogón Mapuche: al medio de la ruca, con todos y todas compartiendo el calor de las mismas brazas, el dulzor amargo del mismo mate, y compartiendo los costos y los beneficios de nuestras decisiones y trabajos.

Porque privilegiaron fondo y se olvidaron de la forma. Y hoy forma y fondo son fundamentales. El fondo puede estar maravilloso, pero si la forma de quienes toman esas decisiones va a replicar la estructura de élites y privilegios del parlamento actual, lo que definieron no es una Asamblea Constituyente. Lo que parieron es un engendro constituyente al que tuvieron que cambiar el nombre (Convención Constitucional), pero que no será otra cosa que una foto similar a la de quienes firmaron el acuerdo.

Es inaceptable también el veto del quórum de los 2/3, bajo la excusa, más propia de la transición que de este nuevo Chile, de: “es que era eso o nada“. Porque es cosa de abrir la ventana y mirar hacia la plaza más cercana para entender quien debe decidir sobre los quórum. Y es que de esta lucha los partidos y parlamentarias no son voceras ni parte. Son sus deudores. Más aún, se acuerda establecer que será una “comisión” paritaria entre derecha y oposición, definida por los partidos que suscriben el acuerdo, los que definirán los aspectos técnicos de su funcionamiento. No es siquiera la cocina la que estará decidiendo la nueva constitución, se parece más a una reunión de gerentes o de sus lobbistas. Y por fin, acordar algo así de fundamental durante la madrugada, de forma inconsulta, en un Congreso olvidado, tomando café por enésima vez con los cansinos palimpsestos todavía encarnados del pinochetismo, nos parece, incluso, algo grotesco. No puede nacer una Nueva Constitución con las lógicas de la transición.

Pero lo que es verdaderamente fundamental. Y es la lección de nuestra historia más reciente. No podemos empezar de nuevo con la sangre derramada de compatriotas sobre la mesa, sin hablar primero de justicia. La política sí, es su esencia. Pero la Justicia no puede hacerse en la medida de lo posible. La justicia se hace o no se hace. No hay excusas. Y, por tanto, cualquier acuerdo debe comenzar con la discusión sobre el cese de las violaciones a los derechos humanos, y los caminos para la investigación y juicio de los responsables de estas violaciones.  No se detiene una primavera atrapando una golondrina, ni una revolución volándole los ojos a un estudiante. Ya son cientos los y las heridos y heridas, detenidos y detenidas, muertos y muertas, abusados y abusadas, y un acuerdo que se dice llamar “por la paz social” debió, al menos, mencionar esto. El acuerdo no lo hace.  Las y los progresistas, no vamos a concurrir a ningún acuerdo que no ponga como primer punto, el compromiso por la justicia a las víctimas de la brutal represión.

De Piñera no pedimos nada, salvo que ordene parar la represión, y no seguir sumando víctimas a su triste historial como presidente. Nuestro llamado es a los partidos de oposición y de la derecha. A las fuerzas democráticas. A sentarnos, con el mundo social y sindical, con las fuerzas vivas de la sociedad, académicas, culturales, religiosas, de derechos humanos, para que, todas y todos, sobre una auténtica hoja en blanco, construyamos un gran acuerdo nacional, que nos permita recuperar la tranquilidad, la paz, y encausar a nuestro país en la reconstrucción y la convivencia democrática.

Las y los progresistas seguiremos empujado por ese acuerdo amplio, mientras, acompañaremos, como siempre y desde siempre, a nuestros y nuestras compatriotas en su lucha diaria en las calles. La historia de Chile y de su democracia, se está viviendo allá afuera.

PARTIDO PROGRESISTA DE CHILE

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