[Columna] No perdono a la vida desatenta

[Columna] No perdono a la vida desatenta

Por: Jaime Coloma

Una cosa que se supo, a partir de la muerte de Tati Penna, y es que la actual candidata a gobernadora por la Región Metropolitana de Renovación Nacional, Catalina Parot, la echó de su trabajo en el Consejo Nacional de Televisión (Parot dirigía la CNTV, designada por Sebastián Piñera) por presentar innumerables licencias médicas producto de la enfermedad que la aquejaba. La candidata Parot, en una reciente entrevista a la radio USACH, se defendió del hecho ampliamente difundido en redes sociales diciendo que el despido de Tati Penna fue sólo un asunto administrativo, evidenciando un argumento que denota una tremenda falta de humanidad ya que un(a) trabajador(a) es bastante más que un número o una planilla.

El miércoles 14 de abril me entero por redes sociales de la muerte de Tati Penna, a los 61 años, luego de sufrir esclerosis múltiple –enfermedad degenerativa en la que el sistema inmunológico se va degradando y provocando, además de dolores, fatiga y disminución de la coordinación– y después un cáncer. Su muerte expuso nuevamente algunas de las ideas naturalizadas respecto a la construcción social chilena que se arraigó gracias al modelo impuesto en la dictadura cívico militar.

Una cosa que se supo, a partir del fallecimiento de la periodista, y es que la actual candidata a gobernadora por la Región Metropolitana de Renovación Nacional, Catalina Parot, la echó de su trabajo en el Consejo Nacional de Televisión (Parot dirigía la CNTV, designada por Sebastián Piñera) por presentar innumerables licencias médicas producto de la enfermedad que la aquejaba. La candidata Parot, en una reciente entrevista a la radio USACH, se defendió del hecho ampliamente difundido en redes sociales diciendo que el despido de Tati Penna fue sólo un asunto administrativo, evidenciando un argumento que denota una tremenda falta de humanidad ya que un(a) trabajador(a) es bastante más que un número o una planilla.

La invisibilidad/ninguneo de la que somos objeto todos de alguna u otra forma (y que casi se volvió en algún minuto una especie de estandarte comunicacional de figuras políticas y del espectáculo) es un elemento dramático que atenta brutalmente a nuestra validación como individuos y vulnera los rasgos propios de nuestra identidad/individualidad. No es menor lo hecho por Catalina Parot. Tampoco es menor cómo se nos han transformado los fallecimientos y contagios de cada entrega del informe Covid-19 en un número, que bajo la famosa política sanitaria de la inmunidad de rebaño enferma y muere producto de este virus. La idea de que la vida no importa se ve acentuada en esta construcción social. Sobre este mismo tema llegó sorpresivamente a mis manos una columna de opinión publicada en el New York Times sobre la historia de una mujer que vía la pintura exorciza los fantasmas de su historia en Auschwitz. Me impactó cómo a veces se busca la negación de un hecho como forma de protección a un evento que nos marca por su brutalidad; que cuando ella logra salvarse de lo vivido en el campo de concentración y tortura, el consejo sea: olvida todo y no vivas en el pasado, sólo piensa en el futuro. ¿Les suena? Se construyó una sociedad en nuestro país en torno a la negación, la invisibilidad y hacer futuro sin mediar la historia que cobija la identidad da una nación y de muchas individualidades.

Tratar de ocultar la historia y transformar al individuo en un ente no pensante es algo que se hizo durante la esclavitud, la Alemania nazi, en las dictaduras latinoamericanas y, por supuesto, en la dictadura cívico militar chilena a partir del golpe de Estado de 1973. En definitiva, la deshumanización es una técnica de doblegación del individuo que lo quiebra y le quita razonamiento. Esto no sólo se hace de manera violenta; su práctica es ampliamente desarrollada en ciertas instituciones, sobre todo las uniformadas, y también es una manera sutil de instaurar pensamiento, modular y redefinir conductas sociales.

Puede sonar rebuscado, pero creo que cuando el despido de una persona por estar enferma se ve como algo puramente administrativo, sin mediar el daño emocional que eso puede conllevar, estamos frente a otra forma de quebrar la identidad de alguien, una solapada y brutal que no sólo pasa desapercibida, sino que es aceptada por el relato social, político y mediático. El modelo chileno actual nos ha deshumanizado, quitándonos mística. La vuelta a la democracia se propuso como una forma de higienizar el pasado, no el de la dictadura, sino el otro, el democrático, el de Alessandri, Frei Montalva y Allende. Se estableció en una suerte de validación cultural de lo hecho desde el 73 en adelante, consolidando la cultura del espectáculo/consumo como institución, relato y conducta social. Se nos dijo: no hay que ver la historia, es mejor mirar el futuro y preocuparnos del adorno, el show y la parafernalia para validar y validarse. Siguieron entonces los mismos de siempre sin mirar críticamente lo que había ocurrido y, como caballos con anteojeras, empezamos a avanzar sin observar el camino recorrido ni menos entenderlo.

Ser un ente consumidor implica ser consumible, como lo dice Zygmunt Bauman en su libro Vida de consumo (2007), que plantea que una vida construida en la idea de consumir todo, y de dejarnos llevar por la estimulación arbitraria y artificiosa del deseo por diversos e innecesarios productos, también nos transforma en producto; es decir en objetos, en no humanos, ni sintientes ni racionales. Esta es la vida que se nos impuso: la fantasía del edifico espejado y la destrucción del barrio porque ese es el avance y el progreso; no un buen sistema educativo, de salud o pensiones, menos una sociedad feliz. Se socializó que era mejor una sociedad competitiva que esté constantemente viendo cómo ponerle el pie encima al “competidor” porque todos son/somos potenciales adversarios que debemos someter, ojalá humillar y denostar. Sin embargo, una muerte, la de alguien querido, de pronto quita el velo y establece, sin quererlo, la posibilidad de otra mirada: la humana, la particular, la que rescata al individuo y repone la mística, la que nos obliga estar atentos y a exigirle a la vida atención total para no perder esa preciosa cualidad que nos hace seres sintientes, con entendimiento, con individualidades viviendo en comunidad.

Fuente: El Desconcierto

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