Lagos-Piñera como expresión oligárquica de la política chilena

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Cristian Jamett
Si las candidaturas de Lagos y Piñera resultan nuevamente exitosas, sería gracias a la permanencia histórica de una política oligárquica en Chile, donde los dueños del poder político son los dueños o influenciados por los dueños del capital y los medios de comunicación. Con la capacidad de articularse en torno a dos opciones que fundamentalmente significan lo mismo.

Pero sin ánimo de polemizar, también es consecuencia de la tradición divisionista de la izquierda chilena y de los movimientos sociales en su permanente sospecha frente a lo político. Un eventual triunfo de L-P, sería una nueva derrota histórica para todos aquellos que vivimos sus primeras administraciones y quienes queremos superar el neoliberalismo como modelo cultural, político y económico dominante. Pues, L-P promueven una modernización del capitalismo en términos valóricos, es decir, articular neoliberalismo económico con liberalismo valórico, en otras palabras, un neoliberalismo que permita fumar marihuana y el matrimonio homosexual, pero sin cambiar el modelo económico y el correspondiente andamiaje político autoritario, centralista y presidencialista que lo sustenta y lo hace posible. He ahí el rechazo de las élites a la asamblea constituyente.

Lo anterior plantea entonces un triple desafío histórico para los progresistas de izquierda con miras a disputar hoy y mañana el poder a esta tradición oligárquica: a) por un lado, la responsabilidad histórica de promover una articulación social y política amplia, donde autonomía no sea sinónimo de sectarismo, si consideramos que el sectarismo sería lo más próximo a lo anti-político (Gramsci, 1975/2000), b) La necesidad de interpretar y articular programáticamente las nuevas demandas de “más libertades individuales” con la conquista de “más derechos colectivos” garantizados con un Estado como protagonista, c), Por último, la necesidad de resolver este momento histórico en términos constituyentes y populares, es decir, apelando al protagonismo de la sociedad civil y los movimientos sociales en el proceso político y la nueva formación estatal.

El único riesgo para L-P es la emergencia de una alianza alternativa con un “mejor tercero”, que irrumpa en el escenario e interprete el malestar social contra la casta política. Lamentablemente, al día de hoy todas las señales, gestos y declaraciones de algunos líderes de los movimientos y partidos emergentes dan cuenta de que nuevamente cada uno está optando por el camino propio, el sectarismo y el vanguardismo, llevándonos reeditar la vieja práctica de presentarnos con más de un candidato alternativo al duopolio. Bajo la lógica de referenciar el proyecto propio a costa de desprestigiar el del próximo, lo que termina por reproducir en nuestra vereda la “pequeña política” que tanto negamos.

La falta de gestos hoy, serán los costos colectivos de mañana, porque de ganar L-P podría constituirse en el inicio de otro ciclo de bipartidismo estable por los próximos 25 años, como lo fuera la transición a la democracia. Escenario, donde el progresismo tiene un doble desafío: cómo hacer para retomar la iniciativa frente a la ofensiva contra nuestro principal representante, Marco Enríquez-Ominami, pero sin suspender nuestra actividad partidaria, como continuar con la formación de cuadros, la captación de nuevos militantes, la presencia en medios, de construcción de alianzas políticas y sociales, a nivel de territorial (barrios, comunal, regional) pero también a nivel sectorial (universidades, colegios, gremios, etc.), en la linea de construir la tercera fuerza amplia que pueda enfrentar con mayor éxito la tradición oligárquica de la política chilena.

Si llegaste hasta acá, es porque las ideas Progresistas te conmueven. ¡Súmate como militante a la fuerza de cambio!

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